En plena campaña electoral en los Estados Unidos, Teresa recibió un e-mail extraño. Un periodista americano quería contactar con ella para una entrevista sobre Ann Dunham. Ann se estaba convirtiendo en un misterio fascinante, demasiado complejo para cumplir las conservadoras expectativas de su rol, al mismo tiempo escurridizo y omnipresente porque su único hijo se presentaba a las elecciones presidenciales.
Barack Obama hablaba en la campaña de los valores que Ann le inculcó. Sonaba conservador. Lo que yo recuerdo que se dijo en la campaña era una mezcla confusa de cosas como que lo criaron sus abuelos, que tenían algo que ver con Kansas, y que eran miembros destacados de alguna iglesia Metodista, o Baptista, o alguna de esas familias protestantes que en la memoria de un lector hecho al imaginario del catolicismo resbalan fácilmente. Después de todo ¿qué abuelos en América no son miembros de la iglesia de su barrio? Pues eso. Aunque no recuerdo nada de madres...
Cuando Teresa del Valle recibió este e-mail, recordó los tiempos en que estudiaba Antropología en la Universidad de Hawaii, original y significativa en materia de Estudios Oceánicos, una de esas Etnologías Regionales que a nosotros nos suenan a exótico que te cagas. Teresa, Ann y otros tantos y tantas estaban becados para investigar por islas de aquí y de allá a lo ancho del Pacífco insondable. Becados por alguno de esos institutos de investigación que en las mentes hechas al imaginario cutre de la investigación en España también patinan del recuerdo. Yo no tenía ni idea de esto. Nada.
Escuché atónita el relato de Teresa. Aunque no exactamente por Ann. El relato sobre Ann Durham es una anécdota en realidad. No sabía que Barack Obama tenía una madre antropóloga, ni que trabajó sobre cottage industries en el Pacífico y microcréditos en Indonesia. Pero sobretodo yo no sabía que Teresa del Valle, fundadora de los estudios actuales de Antropología en la Universidad del País Vasco, había estudiado en los EE.UU. Supongo que no lo había pensado nunca. Tampoco sabía que hizo su Tesis Doctoral en la isla de Guam, desde donde salían los aviones que bombardeaban Vietnam. No sabía que había estudiado en Hawaii, un mito del pluralismo cultural universitario.
Cuando terminó de contarnos estas cosas, un estudiante le preguntó qué le parecía a ella (viajada, oceánica, multiétnica en Hawaii) todo ese asunto de los Estudios Vascos, digamos que mono-culturales. Entonces nos contó una historia que yo sí había oído, varias veces, desde otra perspectiva totalmente distinta. Algo que enganchaba con mi propia memoria de la Antropología. Habló de Barandiarán, del matriarcalismo vasco, sus ficciones y funciones como mito. Habló de la escuela histórica de Viena, que a los estudiantes no les sonaba a nada. Y habló del empeño de Barandiarán en el tipo de etnografía descriptiva que a mi me recordaba a Boas, a ese Boas que sostenía (con desprecio a los británicos y franceses) que él era folclorista, floclorista y no antropólogo. Y finalmente nos habló de su esfuerzo por actualizar la metodología y los temas de preocupación de los investigadores sobre la cultura vasca.
Ahora supongo que cuando Teresa llegó de vuelta de la Antropología americana se encontró con una Antropología Vasca detenida entre la recopilación etnográfica cruda y la teología de la nación. O sea, esa en la que yo cursé mis estudios. La primera vez que yo oí el nombre de Teresa del Valle fue precisamente al autor de "El Matriarcalismo Vasco" y otras cosas del querer. Era mi profesor favorito. Lo era de todos nosotros, creo. Andrés Ortiz Osés hacía (hace) metafísica cultural como nadie. Yo me recuerdo escuchándolo con una fe que no he vuelto a sentir jamás escuchando a nadie. Entonces, Teresa del Valle era la que había traído esa antropofagia intrascendente y sociocultural que se dedicaba a decir que el matriarcalismo vasco era una mentira tan gorda como patente era el patriarcado para ella.
Una friolera de años más tarde, a punto de volverme materialista y chunga, antropófaga conversa, fundamentalista del informante y bongo-bonguista epistemológica de pro, he escuchado a Teresa del Valle como si estuviera en mi primera clase de Antropología.
Ella contó que todo aquel asunto de Ann Dunham (el e-mail, las elecciones presidenciales de EEUU) le había envuelto en los recuerdos de un tiempo que había olvidado un poco, hasta el punto en que había escrito un montón de cosas sobre la memoria misma. Yo recordé a mi profesor de metafísica y antropología simbólica de entonces. Y volví a pensar que hace ontología cultural como nadie, con lo que de brillante y de etnocéntrico encuentro ahora en pecado semejante. Pensé que, en realidad, hay mil cosas que yo no hubiera entendido como antropófaga intrascendente, de no haber sido porque lo escuché con aquella fe extravagante y honda. Pero hoy volvió a ser tremendo y fascinante como lo era entonces. Me senté al lado de la anti-héroa mítica de mi época de estudiante y me emocioné cuando ella nos relató los orígenes de algo que yo recordaba, desde otra orilla, como mi propio origen después de todo.
Al final, también terminé pensando, va a ser verdad aquello que decían Laura y Adriana en la cafetería el otro día: unas cuantas personas de por medio y todos conocemos a Barack Obama. Lástima no haber conocido a Ann Dunham, ya que estamos.
Ella contó que todo aquel asunto de Ann Dunham (el e-mail, las elecciones presidenciales de EEUU) le había envuelto en los recuerdos de un tiempo que había olvidado un poco, hasta el punto en que había escrito un montón de cosas sobre la memoria misma. Yo recordé a mi profesor de metafísica y antropología simbólica de entonces. Y volví a pensar que hace ontología cultural como nadie, con lo que de brillante y de etnocéntrico encuentro ahora en pecado semejante. Pensé que, en realidad, hay mil cosas que yo no hubiera entendido como antropófaga intrascendente, de no haber sido porque lo escuché con aquella fe extravagante y honda. Pero hoy volvió a ser tremendo y fascinante como lo era entonces. Me senté al lado de la anti-héroa mítica de mi época de estudiante y me emocioné cuando ella nos relató los orígenes de algo que yo recordaba, desde otra orilla, como mi propio origen después de todo.
Al final, también terminé pensando, va a ser verdad aquello que decían Laura y Adriana en la cafetería el otro día: unas cuantas personas de por medio y todos conocemos a Barack Obama. Lástima no haber conocido a Ann Dunham, ya que estamos.
En todo caso, os invito a contar algo que os apetezca contar para comenzar la memoria que un día compartiremos.
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